martes, 8 de noviembre de 2011

Melancolía

(Melancholia, Suecia, Dinamarca, Francia, Alemania e Italia, 2011)
Música: Tristán e Isolda (Tristan und Isolde) de Richard Wagner
Interpretación: The City of Prague Philharmonic Orchestra, dirigida por Richard Hein
Duración: 19,79 min.

Apartándonos de las bandas sonoras originales, vamos a hablar de la ópera Tristán e Isolda, cuyas notas ponen el acompañamiento musical a Melancolía, la última película del polémico realizador Lars von Trier. El film, presentado este año en Cannes, narra el reencuentro de dos hermanas, Justine y Claire, con motivo de la boda de la primera. Durante las celebraciones, descubrirán un nuevo planeta llamado Melancholia, que se acerca peligrosamente a la Tierra amenazando con destruirla.

Dentro de este marco argumental tan apocalíptico, todo en esta cinta tiende al simbolismo, a modo de metáfora filosófica. Algo que ya hiciera el realizador danés en 2009 con El Anticristo. En aquella, nos habló del dolor que provoca la depresión, no sólo en los que la sufren, sino también en los que la rodean. Ahora, da un paso más y se pregunta si será la melancolía (término utilizado antiguamente para denominar la enfermedad de la depresión) la que acabe con las personas.


En esta metáfora, la música juega un papel fundamental. Y más si hablamos de Wagner, su ópera Tristán e Isolda y específicamente del Preludio al Primer Acto. Este fragmento es del que se toma toda la música que escucharemos en la película. Muchos analistas musicales convienen en que, tras la sintetización de la construcción armónica llevada a cabo por Bach, fue el compositor alemán el que alcanzó las cotas más altas en el desarrollo musical en Occidente. Estando de acuerdo o no con esta afirmación, sí podemos asegurar que la obra que nos ocupa es una de las más complejas e intrincadas que se hayan compuesto. El propio Wagner dijo de ella, que “si está bien interpretada, llevará al oyente a la locura”.

Este delirio fílmico-musical comienza con un prólogo visualmente deslumbrante (al estilo de las imágenes de la creación del mundo que vimos en El árbol de la vida, de Terrence Malick), en el que von Trier nos enseña el desastre final, alterando el esquema narrativo cronológico. Estas imágenes tan bellas a cámara lenta comienzan con un primer acorde, el famoso "acorde Tristán". Unas notas que no son importantes por novedosas (se trata de un acorde conocido ya dentro de la historia de la música) sino por el efecto dramático y demoledor que provoca en el oyente y por la atmósfera tan particular que es capaz de crear. Impactante para el desarrollo emocional posterior en la cinta.





Tras el prólogo a modo de obertura, asistimos, como en el esquema operístico, a otras dos partes dedicadas a cada una de las hermanas. Las dos con las mismas notas del Preludio al Primer Acto de Tristán, pero con sutiles y efectivas modificaciones instrumentales. Al igual que el director emplea en la primera parte desenfocados y correcciones de encuadre, en la música toman protagonismo los instrumentos de viento madera y se acentúan más los graves, para dar mayor sensación de irrealidad, de desesperanza, de depresión.
Con la segunda parte caminamos hacia un fin inexorable: la muerte. Pero la muerte afrontada, no como paso, sino como fin. Algo que, caminando hacia la simplicidad musical más absoluta, termina con una solitaria nota de violín. Una pena acabar con este desencanto espiritual. La ausencia de Dios nos deja huérfanos.



M8mm

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